Monday, August 20, 2007

Aunque camine por el valle de las sombras...

ancient tree

Oculto en el desván con pensamientos sombríos, soy presa del pánico ante el incierto futuro que me acecha. Como si fuera un juego, así comienzan los desastres inesperados: una bruma que se va formando a medida que se nos hiela la sonrisa. ¿Qué es la vida?, dijo el poeta. Cuando arriba es abajo, cuando lo blanco es negro y todo se desmorona, nuestra mente es incapaz de permanecer firme e incólume. Contacté con otro mundo, y al caer el velo, su furia se volvió contra mi.

Mi nombre es Klaus Hunter, breve boticario de Seven Hills. Llegué a esta aldea hace diez meses procedente de Danzing. Mi familia me dejó el suficiente dinero como para poder empezar una nueva vida en el Nuevo Mundo, y sin querer, acabé en contacto con otro más antiguo y tenebroso.
A pesar del nombre, no hay siete colinas ni cerca , ni lejos de Seven Hills. Quizás el fundador tenía la esperanza de erigir una nueva Roma. Hace apenas unos meses habría dicho: "quien sabe, a lo mejor un día nos convertimos en una próspera urbe". Hoy estoy convencido de que contiene un alma peor que la que tuvo Port Royal.
Mi ego "volteriano" se reía de los que pensaban que el cataclismo que barrió aquel puerto pirata, aquella nueva Babilonia, era el puño de Dios. Sigo pensando que se equivocan, pues estoy convencido de que en el universo lo único que habita es la zarpa de la oscuridad y el terror. Todo lo que parece puro es una sima de corrupción, y cuanto más brilla, cuanto más luminoso se presenta, mayor maldad esconde.

Los lazos comerciales que tuvo mi familia me hicieron conocer el melancólico luteranismo de los holandeses. Por eso, al llegar a este continente intenté no establecerme en ninguno de los abundantes pueblos en los que éstos se han asentado. También quise guardarme de los católicos escoceses, que siendo menos fanáticos, no dudan en esgrimir la religión como excusa para comenzar una buena pelea, pues tal es el sentido que esta gente tiene de la diversión... al margen de usar falda ( kilt le llaman por no hacerlo por su nombre. Una falda es una falda). Las grandes ciudades de la costa, a lo Nueva York o Filadelfia, están infestadas de ingleses. Su puritanismo es frío y funcional, pero su flema los hace insoportables.
Así que encontré acomodo en una bella población llena de bosques y pastos, y de compatriotas prusianos, algunos ingleses, algún holandés, pues no existe la perfección, ni rastro de escoceses, ya que añoran las tierras altas y suelen ir donde hay montañas, y finalmente irlandeses. Los hijos de Erim son católicos como los escoceses, aunque a diferencia de estos, suelen pelear entre ellos y no es común que busquen pendencia con los demás salvo, eso sí, que les derrames la cerveza.

Mi casa se la compré al señor Buchwald, un bávaro ( supuse entonces que papista) por el que sólo sentía lazos en cuanto a trato y lengua. Aún recuerdo su sonrisa burlona:

"- Así que se quiere instalar como boticario... -
- En efecto señor Buchwald. He observado que carecen de ese servicio en Seven Hills.
- Bueno, es que los lugareños huimos de la enfermedad..."


Había comprometido una fuerte inversión en material y productos, incluso una partida de Scoparia dulcis y Goniophlebium attenuatum de Venezuela por intermediación de un tal D’Arnault. Con los sucesos de Bostón , nunca supe si la carga llegó o no a puerto. En cualquier caso, gran parte de los bienes que compré me habrían sido inútiles de haberlos tenido.
La gente del pueblo no me acogió mal, pero siempre mantenían una reserva y distancia calculada. Conforme pasaban las semanas, me empezaba a intrigar el hecho de que no requirieran mis servicios. Nadie enfermaba y no existía médico en varias millas a la redonda.

La vida de los colonos transcurría con aparente normalidad. A pesar de huir del fanatismo religioso, me extrañó que no existiera ninguna iglesia. Cuando tuve la oportunidad de sacar el tema se me respondía con evasivas , y se aducía que para mantener la concordia en el pueblo, cada cual mantenía sus ritos en privado. Mi natural despistado no pudo obviar el hecho de preguntarse de qué vivía la gente. Al parecer lo hacían del comercio de pieles y otras materias primas que compraban a los Mohaws. Una vez al mes venían de Filadelfia unas carretas con productos que eran intercambiados y nutrían el almacén. En realidad sólo había una tienda en la aldea y era allí donde todos compraban lo que necesitaban. No dejaba de ser insólito que no hubiera nadie que se dedicara a la agricultura o ganadería. Parecían todos pequeños burgueses que vivían de sus trapicheos con los indios. Ante un asedio Seven Hills moriría de hambre, puesto que dependía por completo de los bienes que adquirían en Filadelfia.

Los únicos establecimientos comerciales eran "el almacén" regentado por la anciana Mill y la cantina de Frizt Hegerberg. No había nada parecido a un ayuntamiento ni edificio oficial. Tenía la impresión de haberme enterrado en vida y mi peculio se iba gastando sin haber hecho una sola venta. Llegó el momento de plantearme como iba a vivir. Rondó por mi cabeza la idea de coger el camino de la metrópoli, pero me rebelaba contra el fracaso.

"- Señora Mill, perdone que le moleste... ¿habría alguna posibilidad de trabajar en el comercio con los Mohaws ?.
- Claro señor Hunter. Nosotros no queremos forzar a nadie. Lleva usted un mes aquí y no se le ha molestado ¿verdad?. La partida de Nick Szymanski estará encantada de acogerle. No vamos a permitir que se muera de hambre. "

Al amanecer estaba en la plaza del pueblo. Junto a Nick llegarón nueve personas más. A algunas las conocía de vista, pero no había entablado conversación con ellos. La verdad es que en el mes que llevaba allí no había establecido lazo alguno con casi nadie. Incluso las pocas veces que había ido a la cantina de Frizt lo único que conseguía era una sensación desasosegante. Los parriocanos bebían sin apenas hablar, sentados como estatuas en los incómodos bancos de madera sin desbastar.

"- La señora Mill nos ha dicho que se quiere unir a nuestra partida.
- Bueno - respondí - algo tengo que hacer, je, je - quise decir de forma simpática , aunque nadie rió.
- Puede guiar a una de las mulas y seguirnos.
"
Durante el trayecto nadie pronunció palabra. Emprendimos la marcha por un camino que en breve se convirtió en sendero. Al cabo de dos horas ya no sabía donde me encontraba. El paisaje era hermoso y lleno de exuberancia, junto a un riachuelo y frondosos árboles. En un claro nos esperaban varios indios. Supuse que era una delegación de guerreros. Intercambiaron palabras en su idioma con Nick y les seguimos.
Subimos campo a través por un terreno semirocoso. Al llegar a la cima de la colina pudimos divisar un poblado que se desparramaba por el valle.

"- Señor Hunter, como este es su primer viaje y no está familiarizado con nuestros negocios es mejor que se quede aquí."

No me atreví a contrariar a Nick en mi primer día de trabajo, así que siguiendo sus instrucciones me quedé en un improvisado campamento junto a dos de los indios que nos habían guiado . Me molestaba no poder ver el precioso poblado del valle y que hubiera tenido que bajar a media altura del cerro junto a dos salvajes que no hablaban ni una sola palabra en lengua civilizada conocida. Con cara de circunstancias observaba como la noche se cernía sobre mí y mi singular compañía. Los indios extendieron unas mantas y tuvieron la deferencia de ofrecerme otra. Al poco rato , sólo el crepitar de unas extintas brasas rompía el silencio junto con la respiración rítmica de los indios que dormían a baba batiente.
¿No hay bichos por la noche?. Hasta en mi Danzing natal se escucha el concierto nocturno de grillos y alimañas en la campiña. Pero allí la calma era sepulcral. A pesar de haber luna llena, en un momento dado la oscuridad pareció caer con más fuerza. Lo atribuía a mi estado de duermevela, pero habría jurado que un enorme manto negro, casi líquido , iba inundando la tierra. Junto a ello fui presa de un sentimiento de abatimiento absoluto. Es como si la tristeza y la inminencia de muerte se aliaran para aturdirte y despojarte de cualquier idea positiva y ganas de vivir. Afortunadamente me dormí.

El rocío perlaba mi rostro. Szymanski había regresado junto con los otros indios. No traían mercancías.
" - Nick, ¿no ha habido negocio?
- Ee.. Sí. Cobraremos en la aldea de nuestros socios - dijo señalando a los indios."
La experiencia nocturna había agotado hasta mi curiosidad. Llegamos al poblado Mohaw donde una comitiva nos esperaba. Había de todo, pieles, bellas manufacturas y tallas de madera, junto con sacos de especias y otros productos. Los niños se escondían tras sus madres y se adivinaba cierta desconfianza. En cualquier caso, el respeto, quizás teñido de temor , estaba presente. Las mulas no podían con todo el material, así que buena parte de las pieles las repartimos entre nosotros para llevarlas a la espalda.
De vuelta a Seven Hills, Nick me pagó diez chelines. No estaba nada mal.

Las mujeres y los niños solían estar recogidos en casa, pero al atardecer se los podía ver deambulando por los pastos junto a sus hermanas mayores. Observando con atención el hecho, chocaba que no jugaran a las actividades violentas que tanto gustan a los pequeños. No sé si fue la primavera o mi abstinencia desde que abandoné Prusia, pero todas las muchachas se me antojaban de una belleza salvaje, telúrica y primigenia en el sentido carnal del término. Era incapaz de sentir el infantil enamoramiento que inspiran las damiselas bonitas. Una de mis primeras obligaciones tenía que ser la de introducirme en sociedad. Llevaba más de un mes allí y mi vida era más solitaria que la de un leproso. Sabido es que son las madres y abuelas quienes hacen de casamenteras. Resolví caerles bien y dar a conocer mi condición de disponible.

Comprendí que la botica no me iba a dar de comer allí. Abandoné la tarea de ordenar mi fallido negocio y decidí ir a la cantina de Fritz para relacionarme un poco. En ese momento llamaron a la puerta. Un muchacho de ojos extraviados me entregó una nota.
"Estimado señor Hunter, en vista de que ha decidido formar parte de nuestra comunidad, le comunico que sería conveniente que acudiera a la tienda esta noche a eso de las diez. Atentamente Mill."
La misiva me intrigó tanto que suspendí mi incursión en la taberna. Permanecí en casa devanándome los sesos sobre el motivo por el cual me había convocado la anciana señora Mill. Pasó la idea por mi cabeza de que podría pedirme matrimonio, pero lo peor es que mi sangre comerciante no descartaba a priori la idea...

Desde lejos se podían ver las luces de las velas a través de las ventanas del almacén. Varias personas entraban allí. Supuse que la tienda de la señora Mill haría las veces de centro social. En la amplia trastienda se habían dispuesto mesas en circulo provistas de comida y cerveza. Allí parecía haberse congregado todo el pueblo. Otra vez me sorprendió ver a los niños sentados como adultos sin alborotar, y sin embargo, sin dar la imagen de cansina somnolencia que aqueja a los infantes cuando se aburren. Empecé a sentir miedo, pero se disipó con la amplia sonrisa que me dedicó una linda señorita a la que supuse hija de Nick Szymanski. La señora Mill ofició de maestra de ceremonias llamando la atención al hacer sonar su copa con una cucharilla.
"- Buenas noches hermanos. Hoy tenemos entre nosotros a un nuevo miembro de nuestra comunidad. Casi todos conocéis al señor Hunter. - Al decir aquello, todas las miradas se volvieron hacia mi. Demasiado frías , me pareció.
- Señor Hunter - titubeo - Quiero que sepa que somos buena gente.... Ya habrá comprobado que vivimos del comercio con los indios. Creo que es conveniente y honesto que sepa que es lo que intercambiamos con ellos."

A medida que la señora Mill me iba contando su fabulosa historia, yo me sentía cada vez más intrigado y mis temores pasaban a segundo plano. Era presa de la primitiva fascinación que da el poder y los saberes ocultos. Todo el pueblo hizo una demostración de lo que se manifestó ante mi como la realidad de las cosas. La verdad es que es difícil de explicar. Siempre creí que uno se labraba su propio destino, pero al observar la naturaleza de los elementos, tuve que aceptar que la cosa es más complicada.
Una vez aprendido es fácil andar, y como si de un sexto sentido se tratara, en aquella sesión me enseñaron a ver... y a manejar lo que se desplegaba ante mi. ¡Si hubiera sabido que luego iba a ser incapaz de librarme de aquello... ! Lo peor es que mientras a mi mente le repele, mi cuerpo todavía siente ansias por conectar y al resistirme a ello emerge con más fuerza, como cuando se aguanta la respiración y el instinto de supervivencia te exige tomar aire te guste o no.
La visión del mundo sin el "velo" es tenebrosa pero atractiva. Creo que nuestra mente no es capaz de analizar y comprender lo que "ve". Igual que es difícil decirle a un ciego de nacimiento qué es la visión, el mundo sin el "velo" es en cierto modo inaprensible para nosotros y lo aceptamos a nuestra manera. Eso explica situaciones absurdas, que además se ven reforzadas por el hecho de que no todo el mundo las percibe igual, aunque en el fondo de modos muy similares.

El mundo adquiere un aspecto pétreo... arenoso para otros, e incluso metálico. Donde antes estaba una mesa, sigues viendo una mesa, pero también te das cuenta de las relaciones que tiene con el resto de elementos mediante una red de ¿cuerdas?¿hilos?...
Todo está relacionado. Como después comprobaría, los hombres tienen multitud de conexiones y de "lastres". Sí, no es lo mismo que de alguien parta una cuerda que arrastra a una anguila tenebrosa que una rueda de fortuna... o de infortunio. Durante la sesión creí que las personas carecían de tales lazos.... No es así, el precio de poder eliminar el "velo" es que te desconectas del universo. Lo que nosotros llamamos azar no es exactamente aleatorio, de hecho las agrupaciones de acontecimientos y las curiosas tribulaciones de nuestra vida están sujetas a una serie de contrapesos y tensiones que le dan un aspecto coherente. Desconectarse te acaba llenando de vaciedad y al estar desligado de la causalidad, los efectos son pobres y anodinos... razón por la que el cuerpo se va volviendo más dependiente del veneno de usar el poder para mover hilos, cortar cuerdas e interponer figuras de destino a los demás, al haber perdido el propio.

¿Cómo no van a ser los niños taciturnos si flotan en el universo aislados?. Al igual que como ya he dicho es difícil explicarle a un ciego lo que es la visión, también es difícil que se entienda qué significa estar desconectado. Lo tomaran como al individuo que vive sólo y sin amigos.... y no, no tiene nada que ver con eso. Alguien puede estar más solo que la una y sin embargo podrá sorprenderle tanto el infortunio de romper una taza en equilibrio, como la fortuna de encontrar un penique en el suelo de la alacena.
Sí, los que tienen la capacidad de traspasar el velo también encuentran un penique si se cruza en su campo de visión... no es eso, pero temo que fracasaré por mucho que intente hacerlo comprender. Si no tienes ojos no ves.

Las reuniones sociales eran un tanto forzadas, pero en la aldea se producían con más regularidad de lo que pensaba. El primer mes, como no estaba integrado ( o en cierta forma sí... ) no era partícipe de la comunidad. Una vez iniciado, de forma monótona recibía las invitaciones a los ágapes, creanme, intrascendentes, que regularmente ,ofrecía la señora Mill. Allí fingíamos ser normales y deliberábamos sobre las futuras misiones que ofreceríamos a los indios a cambio de mercancías. Todos eran conscientes de mi presencia y al parecer por un ridículo pudor no se me confió todo el abanico de cometidos que brindábamos a las distintas tribus vecinas. Es como si temieran decepcionarme por realizar actos que podrían parecerme reprobables, a pesar de que lo más grave se había hecho ya al ser arrancado de la realidad.

Las primeras actuaciones que realicé en el grupo de Nick Szymanski se limitaban a tirar del hilo de las cosechas o colocar tensores que llevaran a las piezas de caza hacia sus trampas. A cambio los indios nos daban sus productos que después venderíamos a los comerciantes de la ciudad que venían con sus carros y un instintivo recelo para sólo tratar de negocios con nosotros y nada más. Siendo Seven Hills una sima que por inercia es evitada por los hombres, me preguntaba qué hilos o lazos llevaron hasta allí mis pasos.

Al tercer mes, decidí darme un paseo por el lugar de la primera misión a la que fui con los hombres de Nick, cuando todavía no tenía la capacidad de tirar el velo. Por el camino me esforcé en usar el poder y vi las implicaciones de árboles y animales. El paisaje vibraba y resonaba en un caótico concierto, pero firme y vivo. Pude observar como un tejón tenía un lastre de incertidumbre y sin proponérmelo lo enlacé a una cadena de acontecimientos que pondrían fin a su vida. No fue intencionado, sencillamente el instinto de nuestra capacidad es destructivo y de alguna forma pugnamos por convertir a nuestro entorno en lo que somos. En condiciones normales el suelo, la hierba, los matorrales, los arbustos, tienen un palpitar característico, una rugosidad a modo de piel de la que salen hilos entrelazados con el resto de las cosas. Me iba acercando a la cima del cerro tras la que se hallaba aquella aldea a la que nos guiaron los Mohaws. La tierra parecía más plana y lisa de lo que cabría esperar. Desde la altura, fijé mi vista en el valle donde hacía dos meses bullía la actividad y la vida. Todo tenía un aspecto marmóreo y yermo. Apenas unos cabos deshilachados unían un árbol con el río. La muerte había anegado a aquellas gentes y reducido a nada. Tenía ante mi la evidencia de la desolación, pero ignoraba de que fuerzas y contrapesos tiraron los hombres de Nick aquella vez. No sé si fue una epidemia, un ataque de locura colectiva que les llevó a matarse entre ellos, o que simplemente desinflaron la salud y el vigor de esos indios cercenando su enlaces vitales. El resultado no fue sólo que ahora un poblado entero está muerto, si no que también sus tierras lo están. Un forastero que pase por aquí, salvo que caiga herido o por causas de fuerza mayor, evitará descansar aquí.

Las personas con capacidad para ver sin el velo causamos algo peor que el odio en el resto de la gente. Todos los seres humanos tienen sus lazos de envidias, odios, amores, temores y recelos. Eso son palabras que ahora sólo puedo saborear como quien únicamente paladea el sabor de tiza. Puedes engullir un exquisito plato de pudín de carne, pero el gusto es terroso... eso nos ocurre con las relaciones humanas. Lo normal es que nos eviten, pues no tenemos lazos con el mundo. Claro, como somos mortales, como a pesar de todo estamos conformados de fluidos, carne y huesos, si nos ven nos saludan. Si recurrimos al patético truco de atar uno de sus hilos a un poste sobre el que estemos apoyados, el sujeto en cuestión se girará hacia nosotros e incluso puede que nos salude de forma cortés. El pobre hombre se preguntará que narices le hace permanecer frente a ese poste... en el que además parece haber alguien junto a él. Cierto es que esa "invisibilidad social" nos hace candidatos idóneos para perpetrar todo tipo de fechorías. Salvo que junto a nosotros se produzca un hecho fabuloso que de rebote haga que alguien repare con detenimiento , ante la pregunta "¿había alguien más allí?", la respuesta será: "Sí, había alguien, pero la verdad es que no sabría describírselo, supongo que sería un tipo de lo más común y anodino... la verdad es que no puedo decirle ninguna característica especial y si tuviera que definirlo diría que un don nadie".

Al contarle a Nick que había descubierto lo ocurrido en el poblado, éste , por reflejo de su antigua condición supongo, hizo un fingido intento de rubor o disculpa por el hecho.
"- La verdad, señor Hunter, es que a veces las peticiones de nuestros clientes son un poco sombrías, pero al fin y al cabo son ellos los que así lo quieren. Piense que si dos tribus rivales se odian y van a la guerra todavía podría haber más víctimas. Ellos son los que pagan, ¿se pregunta el vendedor de cuchillos que uso se le va a dar a la herramienta?."
El sofisma no es que me convenciera del todo a pesar de la evidencia de que nosotros no solamente no somos el vendedor , si no que somos cuchillo y mano al mismo tiempo. El caso es que el vacío al que estamos condenados nos enajena de las cuitas de los demás y el ser partícipe de acontecimientos, aunque sean escabrosos, nos hace sentirnos imaginariamente unidos al mundo del que fuimos desligados.

En las reuniones posteriores que se dieron lugar en el almacén de la señora Mill, salía con más frecuencia el tema de la seguridad. Se temía que las peculiaridades de Seven Hills acabaran teniendo eco en el resto del mundo y aunque nuestro vacío hace que la ruta a la aldea sea evitada, podría darse el caso de que se nos acabara viendo como una amenaza y que de alguna forma nos destruyeran. Ya quedó claro que mi botica seguiría siendo en apariencia lo que es, a pesar de ser inútil, pues carecemos de lazo con la enfermedad. Se discutió la necesidad de atraer a una maestra, un juez, etc. En definitiva , en generar una apariencia de normalidad y respetabilidad para que nos dejaran en paz.
Comprendí que mi llegada a Seven Hills no fue fruto de la casualidad si no de que algún agente de la población tiró de mi. Al día de hoy sigo sin saber quien fue, pero tampoco importa, la decisión seguramente fue tomada por todos y si no me hubieran cazado a mi , otro boticario habría sido el elegido.


Al noveno mes de ser "boticario" de Seven Hills, y al octavo de mi transformación, llegó la maestra. Se llamaba Helen Bauer y era natural de Friztburgo. Volviendo a la analogía de los ciegos, quien es ciego de nacimiento no sabe lo que es ver, pero quien pierde la vista, aunque sea incapaz de ver sí puede soñar con ello. En teoría no podía sentir lazos afectivos ante ella, pero si era capaz de evaluar su belleza y armónica disposición. Así como el ciego que vio puede soñar con fabulosos paisajes, yo podía soñar con lazos inexistentes. Visualmente lanzaba cordones de afecto para atraer a Helen, pero realmente la única forma de que reparara en mi con interés era la del patético truco del poste. Podía ligarla a cualquier cosa menos a mi. Podía hacer que acudiera a la misma hora frente a mi casa, podía incluso forzarla a saludarme y entablar conversación interponiéndome en su camino... pero jamás sentiría nada más que lo que siente hacia una piedra... ni aun eso, puesto que personas y cosas también establecen lazos.

Pronto sería invitada a su iniciación en la sede de la señora Mill. La anciana es importante para la comunidad ya que es capaz de transmitir el don, o la desgracia del poder de quitar el velo. Algo en mi interior pugnaba por evitarlo. Quizás soñé que sentía aprecio por Helen Bauer, pero la verdad es que soñé que era capaz de sentir el miembro mutilado. Helen Bauer era la excusa que escondía mi añoranza de ser parte del mundo y la realidad, de no ser una roca resbaladiza que se desliza por el universo y que puede tirar de muchos hilos menos del suyo propio. Y esto es lo que me ha llevado a manipular y mover lastres que hacen que me esconda tembloroso en mi desván y desoiga las llamadas de mis vecinos. He dislocado redes enteras para que la milicia del Rey llegue hasta aquí con la esperanza de que de alguna forma vean la sima de destrucción que somos y pongan fin a esta presencia de muerte. Aquí acaba mi diario y pongo término a mis memorias y probablemente mi vida.



- ¡Señor Hunter!, la señora Mill dice que es importante que baje a la plaza, se avecinan jinetes y debemos estar todos allí. ¿Me oye señor Hunter?
Klaus Hunter se acurrucó en su escondrijo. La visión se le activó de forma inconsciente y se percató de los lazos de los muebles y piedras de la casa. Por la ojival ventana del desván vislumbró un pálido hilo de plata unido a él. Nunca lo había sentido, estaba seguro de estar desligado de todo. De pronto creyó que tal vez hubiera conseguido conectar con Helen y que su vida podía volver a tener sentido. Bajó corriendo las escaleras y salió a la calle.
Allí estaban todos, incluida la señorita Bauer que había acudido por curiosidad ante el escándalo. No, Klaus Hunter no estaba ligado a ella. De hecho, todos los vecinos menos Helen tenían ese hilo plateado que llevaba directamente a la señora Mill, la cual se acercaba a los congregados. En los diez meses que Klaus llevaba en Seven Hills nunca vio a la anciana fuera del almacén. Aquel día, a la luz de la luna, se manifestaban tanto las ataduras de sus siervos, como la fortaleza con la que los tenía atados.
Los jinetes llegaron y lo primero que observó Klaus es el vacío que rodeaba al oficial que los comandaba. No era un vacío total, de él surgían hilos plateados hacia algunos de sus hombres y otro dorado y brillante que le unía a la señora Mill.
- ¡Querida Elisabetta! ¿Hace cuanto que no nos vemos? - dijo el oficial.
- Mucho, George, apenas dos veces desde que abandonamos Salem... unos más escaldados que otros - rió.
- Cuando noté que alguno de tus chicos estaba jugando con fuego no pude resistir la tentación de venir a visitarte. - dijo el oficial mirando a Klaus.
- Ya aprenderá a no cometer tonterías, ¿acaso la araña ignora cuando los mosquitos se mueven por su red?. Es la estupidez lo que hace que algunos crean que pueden ser maestros de espadas cuando están condenados a ser yunques.
- Hablando de armas - terció el oficial - Dada la guerra que se avecina creo necesario esconder aquí un buen arsenal alejado de curiosos. ¿Todos los movimientos bien?¿Está garantizada la ruptura de la Liga de los Iroqueses para cubrir nuestra retaguardia?.
- Por supuesto George, todo está atado como debe ser y conviene a nuestros intereses, querido. - le dijo Elisabetta Mill.

Lo lugareños no entendían muy bien lo que pasaba a pesar de sorprenderles los hilos de plata que les ligaban a la anciana. La más desnortada era la joven Helen Bauer que dando saltitos gritaba:
- ¡Qué bien, un desfile nocturno!
A Klaus Hunter le dio por reir y bailar imitando los movimientos de una grotesca marioneta.

Seven Hills 1774. En algún lugar de Nueva Inglaterra.

Thursday, February 08, 2007

TE CONTARE LO QUE PASO

grua


EN UN VELADOR DEL PASEO MARÍTIMO VALENCIANO

- Te diré como empezó todo, Javier. Nos conocemos hace diez años ¿no?:


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HACE DOCE AÑOS EN LA METROPOLI

Era ese día perfecto, el que cualquier persona soñaría con alcanzar: Un buen ascenso en el trabajo y la primera cena con los padres de Verónica. La chica, además de una exquisita belleza de las que te hacen sentir culpable, era la hija del jefazo de la empresa. El futuro me pertenecía y nada ni nadie podría impedirlo.
Estuve pensando toda la tarde en el evento. Delante del espejo probé mi colección de poses: Clint Eastwood, Bogart, Gary Grant, e incluso una de woody Allen de etiqueta y en calzoncillos.
Por supuesto descarté la última, desconocía si mis futuros suegros tenían sentido del humor.
Lo normal habría sido que la cena se celebrara en casa de Verónica, pero Alberto Mesnada, el papá, se empeño en que se realizara en el “Txalupa”; un restaurante bastante bueno.

Decidí acudir en autobús, el tráfico de la ciudad me ponía enfermo. En la última parada, al levantarme, ¡tachán!, se me había pegado un chicle en el pantalón. ¡Qué graciosa es la gente que coloca esas cosas en los asientos!.
Frente a un escaparate de lencería intenté arreglar los estragos producidos en mi trasero. Tenía una postura ridícula estirando la parte posterior de mi pantalón y girándome como una grulla para poder mirar en el reflejo. Al ser de noche no veía bien si había conseguido quitar todo el emplasto y parecía un perro bobo de los que se intentan atrapar la cola. Hasta un niño que pasaba por allí con su madre se me quedó mirando con cara de decir “ a lo mejor ese señor se ha hecho caca”.
En esas estaba y sonó mi móvil.
- ¿Diga? – Malditas llamadas ocultas, pensé.
- ¿Se está usted asegurando de si ha perdido el culo?
- ¡Santiago!. Dime cabrito ¿dónde estás? - miré a todos lados pues era evidente que me había visto.
Detrás de la marquesina de la parada del autobús, aparecieron los pelirrojos rizos de mi compañero de trabajo. Santiago tenía una sonrisa de oreja a oreja , tal vez un poco cabrona, que realzaba su mirada felina y socarrona. Era el gracioso del departamento, pero también mi mejor amigo en la selva metropolitana.
- Pasaba por aquí y me he dicho, ¿no es este señor el triunfador de Cosme?¿No es hoy el gran día?. ¿Así que vas a dejar el departamento para ser nuestro jefecillo? ¿Eh, pirata? – Santiago extendió sus manos y me abrazó a mí y a mi cara de circunstancias.
- ¡Joder Santiago!, estoy nervioso de la leche. Dentro de una hora hemos quedado en el “Txalupa” y no quiero llegar demasiado pronto... ¡Ni demasiado tarde!, claro.
- Te entiendo tío. Que sepas que eres nuestro héroe. El restaurante está muy cerca, ¿Qué vas a hacer más de una hora dando vueltas?. Vamos a tomar algo y así de paso te relajas un poco, te quitas los restos de lo que sea que se te ha metido en el culo y charlamos de tu triunfo. ¡Campeón! – Santiago me agarró los mofletes y los sacudió con simpatía. Al menos eso cabría esperar.
- Estoy pensando... – dijo dubitativo Santiago - ... Allí se ve un bar , ¡pero no! , es cutre. ¡Ya sé!, podríamos ir al “Intemperie”. Buenas copas, ambiente agradable...
Yo estaba muy inquieto. El “Intemperie” era acogedor pero un poco alejado. Tenía miedo de que se me echara el tiempo encima.
- Mira Santiago, que estoy que no me llega la camisa al cuello. Vamos a ese bar aunque sea cutre. – Mi compañero ponía cara de desagrado. – Qué sí tío, de verdad, ¿qué más da?. Nos tomamos algo, así hago tiempo y enseguida puedo estar en el restaurante.
- ¡Eres un neuras!. Vale... – y me volvió a abrazar - ¡Campeón!.
Santiago enarcaba las cejas queriendo decir “¿De verdad te apetece entrar en ese tugurio?.
- Oye, entiéndelo.
- Bien, bien, no digo nada... Por cierto, ¿es verdad que no te la has tirado?. ¡Joder!, con lo buena que está. No te ofendas pillín.

No, si no me ofendía, pero no podía describir con palabras el esfuerzo que me había costado mantener la compostura para llegar al gran día. Dentro de poco me la podría cepillar a gusto – pensé.
Volvía a sentirme culpable. No sabría decir quien estaba más enamorado de Verónica, si yo o mi “hermano pequeño”. Lo cierto es que seguía sin creerme que pudiera haber llegado a ser aceptado por la hija del jefe. Era tan escultural y sofisticada...

- Venga, que pagas tú – me dijo Santiago con complicidad.
La camarera era un encanto desdentado de la que jurarías que pasó del burdel a la barra. Al fondo de garito había una deslustrada mesa de billar donde cuatro o cinco garrulos se permitían poner poses para darle a la bola.
- Esto.. – dije mirando a mi compañero - ... Tomaremos dos ging-tonic.
- No mires tanto el reloj, joder, que quedan más de tres cuartos de hora y desde aquí llegas en cinco minutos. ¿No tenías que ir al baño para despegarte eso?.
Así que entré en un habitáculo hediondo y lleno de mugre. Volví a escenificar a la grulla mareada, y con la última tira de papel que quedaba allí dentro me dispuse a despegar los restos del chicle. Por supuesto, el grifo del lavabo estaba estropeado. Al girarlo salto agua en todas direcciones, pero fundamentalmente sobre mis pantalones.
Regresé junto a Santiago y me senté en la banqueta. Mi compañero se estaba partiendo de risa por dentro y la camarera tres cuartos de lo mismo. “Sí – pensé yo - , ríete zorra, pero el agua sigue saliendo y saliendo, ja, ja. ¡Allá se inunde tu inmundo local.”
- ¡Joer Cosme!, eres un pupas. Menos mal que tienes más de media hora para que se te seque. – Santiago casi se termina de trago la bebida. Yo decidí imitarlo y pedimos otras dos.
Los paletos que estaban jugando al billar cada vez hablaban más alto.
- ¿Te puedes creer lo que nos pasó al Míguel y a mi?. Estábamos cambiando los aspersores de la casa, cuando salió la muy golfa y se nos llevó dentro - dijo el de la camiseta de tirantes. No es que hiciera calor pero supongo que le gustaba marcar músculos.
- Ya nos lo has contado varias veces. Se espatarró en la cama y empezó a haceros una mamada a los dos. La Verónica esa ¿no?. La hija del tío importante de la construcción....
Santiago me miraba con cara de ensaladilla y , la verdad , yo no sabía cual poner. Vaya coincidencias más incómodas.
- Será otra, Cosme. Cualquiera diría que estás pensando en tu novia. ¡Pero si es más estrecha que la mente un ministro!. Sin ofender. – me dijo en voz baja mi amigo.
- No, si ya... Estas cosas joden ¿sabes?.
La bella, desdentada y amorfa cantinera también estaba al acecho.
- ¡A ver Justi!, ¡Pruebas, queremos pruebas!. ¡Tu mucho bla, bla, de pico! – gritó.
El Justi se volvió hacia ella.
- Pues mira Dora, tengo pruebas, pero tendrás que pagar. Y vosotros también – dijo refiriéndose a sus escépticos colegas.
- Yo no pago na ni a mi padre – se rió revelando su ajedrezado bucal.
- ¿Qué pides? – le siguieron el juego los del billar.
- Durante un mes mis copas gratis y pagan éstos – agarró a sus amigos por lo hombros.
- A ver, a ver...
- Pero en serio, ¿vale?¿o no vale? – soltó más chulo que un ocho.
Se llegó al acuerdo tácito. Yo miraba el reloj, pero no estaba dispuesto a irme sin ver si ese cabrito tenía lo que decía. Santiago se me acercó al oído:
- Cosme, vamos saliendo que te quedan diez minutos. ¿No irás a hacer caso a ese fantasma?. Venga, nos abrimos que esta noche tienes que triunfar. Vaya casualidad más rara. Tú ni caso.
- Espera un momento... – le murmuré.
El tipo sin mangas fue hacia su cazadora y sacó un papel plegado.
- Esta foto me la hizo el Míguel con el móvil. La tengo en el ordenata... Por si queréis copias... – Sonriente y triunfal se la va pasando por los ojos a los tíos. – A apoquinar. ¡Dora!, un cubata que hoy me pongo ciego a costa de éstos...
- Trae pacá esa foto , Justi, y la tapa te la doy gratis yo – le dijo Dora picarona.
Cuando el tipo se acercó a la barra para enseñársela , no pude evitar hacer la grulla una vez más. ¡Craso error!. Sólo la vi. de refilón. Había estado una vez en las afueras de la mansión, y medio de estrangis, para recogerla sin que se enteraran sus padres. Pero para mi era ella. La misma verja del jardín, el mismo traje vaporoso que tantas veces llevaba cuando venía a visitar a su padre...

Fue una fracción de segundo, y no se le veía bien la cara. Además con la boca llena...
Salimos del bar dando tumbos, con tres lingotazos en el cuerpo y yo diciendo:
- Es ella , Santiago, es ella,
- Tu estás pa encerrarte ¿Cómo va a ser ella?. Si apenas la has visto. Podría ser cualquiera. –
Faltaban cinco minutos para la cita.
- Me da no sé qué dejarte, Cosme. Venga, tranquilízate y a por todas, neuras. ¡Qué te lo tengo dicho, que eres un neuras! – intentó darme ánimos.

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EN UN VELADOR DEL PASEO MARÍTIMO VALENCIANO

- ¿No sé donde quieres ir a parar? – dice Javier.
- Calma. Javier, entiendo que como policía te preocupes por la procedencia del piso que te voy a regalar. Eres mi colega. ¡Qué digo mi colega!. El jueves me voy a casar con tu hermana: ¡Cuñaooo!.
- Chico, tráenos dos pacharanes.
- El origen de mi dinero, ya lo sabes. En teoría es por la lotería. No es del todo inexacto.

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HACE DOCE AÑOS EN LA METROPOLI

Cuando llegué al “Txalupa” me quedé en el recibidor como un pasmarote. El metre, muy gentil, vamos, como un metre, me miró desconfiado. Tal vez, por que a pesar de mi elegante americana, mis zapatos lustrados y mis gafas de diseño en el bolsillo de la camisa, se me adivinaba extraño y descompuesto.
- ¿Tiene alguna reserva?¿le puedo ayudar en algo?... Señorrr
Allí estaba yo, como un verdadero gilipollas y con la mente diciéndome: “¡Qué sí joder!, ¡qué sí!, es ella ¿no has visto que era ella?. Acéptalo.”
Pues no tenía la moral como para aceptarlo.
- ¿Señor?
- Eee... Sí, vengo a cenar con los Mesnada.
- Su nombre , por favor...
- Cosme, Cosme Gómez.
- Sí, le están esperando... llega tarde.
Verónica me saludó muy contenta con la mano. Su padre, don Alberto, me dedicaba media sonrisa. Y su madre me escrutó de arriba a abajo.
- Je, lo siento, había mucho tráfico y como he decidido venir en autobús...
- No se preocupe señor Gómez. Sólo llevamos quince minutos. Además es que hemos venido muy pronto. – El señor Mesnada le hace un gesto al metre – Puede tráenos ya la cena. - Hemos pedido ya por ti – dijo dirigiéndose a mi concierto tono imperativo.
La charla giraba entorno a lo buen trabajador que era, mi futuro y el de Verónica, los contratos, las contratas, las subcontratas y lo bien que iba a ir todo cuando el señor Mesnada entrara en la política. Mi mente vagaba por el mundo taurino, y me vi. como el cornudo complaciente y testaferro de un capo de la construcción metido a alcalde de Móstoles, Leganes, Alcorcón... Eso estaba por decidir. Incluso se jactaba que se barajó la idea de Madrid, pero que si esto, lo otro...
Yo respondía de forma automática lo primero que me venía a la cabeza e ingería cantidades astronómicas de vino. Curiosamente me fui relajando. Tenía la piernas estiradas y le daba golpecitos con los pies de forma inconsciente a la madre de Verónica. Pero de forma simultánea, no me podía quitar de la cabeza la imagen que había visto de mi novia, la cual no deja de sonreírme y asentir a todo lo que decía su padre. Tarde o temprano aquello iba a pasar factura.
- Así que señor Go... ¡Qué narices! – elevó de golpe su tono de voz, sacándome del trance - ¡Vamos a ser familia!. Mira Cosme, tengo grandes planes para vosotros. ¿Qué opinión tienes de mi gran amigo Álvaro?¿Eh? –
Se agolpó en mi mente lo que pensaba de mi novia, junto con la opinión de ese mugriento y sudoroso concejal de Álvaro. Notaba que restaurante ondulaba a mi alrededor, como si además de la priva alguien hubiera echado un éxtasis en mi bebida. Con tranquilidad, y sin pensar en las consecuencias , levante en lo que pretendía ser un gesto casual mi mano y dije:
- ¡Ella es un soplaputas! –
Arrastré el mantel en mi movimiento creando un gran estruendo en el restaurante. Mi mente se había hecho la picha un lió entre lo que pensaba del político y mi novia. Como tenía también esa sensación de tranquilidad, mi aplomo al decirlo cayó como una bomba.
Cosa curiosa, sin saber porqué me entró un gran arrebato de dignidad circunstancial. No sabría definirlo de otra manera, pero es algo así como que cuando has metido la pata, sólo resta ir hasta el final. Si hubiera estado sobrio es posible que hubiera intentado buscar alguna excusa. Pero la verdad era, que en el estado en que me encontraba , no me apetecía lo más mínimo y además me daba igual. Sin dejar que “el enemigo” reaccionara:
- ¿Sabéis lo que os digo? – Señalé con el dedo trazando un arco a la familia Mesnada – Os digo que tu, cara sapo, eres un mafioso de mierda, que tu, puta putísima, eres la mayor felatriz del reino y tu... – ahí me quedé momentáneamente en blanco, a la madre apenas la conocía - ... Tuuuu, tu,...... ¡Ay joder! – me sorbí los mocos – Tu eres una grulla ponedora de pis.
Giré sobre mis talones y salí chocando con el resto de las mesas cuando todo parecía diluirse a mi alrededor.

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EN UN VELADOR DEL PASEO MARÍTIMO VALENCIANO

Javier se rasca la cabeza. Mira a Cosme pensativo y apura su pacharán.
- Joder Cosme... Estas cosas casi que mejor no se las cuentes a mi hermana o no te auguro futuro como cuñado. Pero cada vez veo más lejos la forma en que te “tocó la lotería”. Me has prometido sincerarte conmigo. Ya sabes que si el origen no es “muy ilegal”, yo te perdono – le dice medio riéndose. Al fin y al cabo le va a regalar un piso. - Si es por mi hermana. No me gustaría que compañeros míos (policías) fueran a dejar a mis futuros sobrinos sin su padre, por que va a tener que pasar largas temporadas en el “hotel” Meco....
Cosme le hace un gesto con la mano, quitando hierro al asunto.
- Ya estamos llegando al asunto Javier, ya estamos llegando...

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HACE DOCE AÑOS EN LA METROPOLI

No recuerdo como aparecí en mi casa. Lo que sí sé es que para cuando desperté habían pasado casi dos días. Me levanté tarareando en mi mente “tara,tara,tara”. Era un mantra que me gritaba a mi mismo para no pensar en lo que me había ocurrido. Por supuesto era inútil. Tenía perfectamente claro el percal: la había cagado pero bien.
Como un clarividente, al bajar a la calle para desayunar en el bar de mi urbanización, sabía que en el buzón me estaba esperando el correo. Efectivamente, allí estaba mi carta de despido.
Creo que me sumí en un depresión que acabó con brotes paranoicos. Puede que pasara un mes o mes y medio. No hacía nada, como si el subsidio de desempleo y mis ahorros fueran a ser eternos. Había alquilado “Memento” en el video-club y los cacharos de cocina se apilaban con restos de comida preparada en el fregaplatos.
Después de ver la película, tal vez influido por ella, aunque no se tratara de lo mismo, me entró un arrebato paranoide. De pronto lo veía todo claro. Los datos iban encajando como en un puzzle. Claro, que de no estar tocado, me habría percatado de que primero soltaba la premisa y después la hacía cuadrar...

Sí, Santiago me estaba esperando, el muy cabrito lo tenía todo muy bien planeado. Era un envidioso, siempre fue un envidioso y mi ascenso fue la gota que colmo el vaso.
¡Y que bonito!, señalarme aquel tugurio tan cerca del restaurante para proponerme después uno más alejado. Él sabía que yo estaría nervioso, incluso puede que pusiera el chicle en el asiento del autobús, incluso puede que fuera disfrazado en el mismo, detrás de mi...
Lo vi clarísimo. Sabía que finalmente yo optaría por el bar más próximo para que no se me hiciera tarde. Por supuesto el ya estaba compinchado con los del local. Seguramente habían contratado una furcia con el aspecto de Verónica y un vestido igual, pues Santiago también conocía a mi novia, a mi ex-novia, y le habían hecho aquella foto.
Todo cuidadosamente estudiado, todo cuidadosamente planeado para que yo lo echara todo a rodar. ¡Chapó Santiago!, me descubro ante tu astucia – pensé.
Como en una películ,a me imaginaba a mi amigo, a mi queridísimo amigo, haciendo el papel de chico bueno. Al bribón de rizos pelirrojos, alegre, chistoso y consolador. ¡Pobrecita Verónica!. ¡Qué fácil le debió resultar ser su paño de lágrimas!. ¡Qué fácil debió conseguir ocupar mi lugar!. El señor Mesnada, además, ya se habría hecho a la idea de tener un testaferro para sus operaciones para cuando diera el salto a la política. Santiago le caería como lluvia providencial... ¡Chapó Santiago!, ¡Chapeau, de moreau!.

La paranoia se incrusto en mi mente como una verdad revelada, como la verdad con mayúsculas, como la realidad más real que jamás nadie pudiera imaginarse. Mi mente, “rucu, rucu”, se puso en marcha. Ideé un plan A, un plan B e incluso un plan C.
Yo tenía unos veinte mil euros ahorrados y estaba dispuesto a jugármelo todo a una carta. Di por supuesto que todo era tal y como lo había imaginado.
A la mañana siguiente cancelé mi cuenta en el banco. Metí todo el dinero en una mochila y me encaminé al tugurio donde habían comenzado mis desdichas.
Al llegar allí, ¡oh casualidad!, estaba la misma parroquia de la última vez. Algo se les revolvió en el estómago. Notaba que mi profecía era cierta.
- ¡Hola compañeros! – dije socarrón.
- ¿Qué quiere tomar? – Dora se dirigió a mi de forma seca, los jóvenes jugaban con desgana al billar.
Giré mi banqueta para que me escucharan todos.
- No me andaré con bobadas. Aquí tengo una bolsa con veinte mil euros. Mi amigo “Popi” tiene otra igual y la esperanza de obtener otra más si vuelvo con él antes de una hora. Si no regreso, vendrá aquí a buscarla y se llevará por delante a quien sea para obtenerla. El ya os conoce... – dejé caer.
Después de soltar toda esa serie de faroles me entró el pánico. Pensé que quizás todo fuera una locura mía y que esta gente no sabía de que narices les estaba hablando.
Sin embargo, permanecían serios. Se habían dispuesto en semicírculo entorno a mi persona. Me escuchaban. Reprimí el subidón de euforia y adrenalina. La única sombra es que parecían cabreados, aunque algo me decía que no era conmigo.
- Bien, - mantenía la compostura - , no sé lo que os habrá pagado Santiago. Estoy dispuesto a daros esta bolsa si me ayudáis. Es sencillo, quiero hundir a ese hijo de puta. Quiero chantajearle y todos obtendremos mucho más de lo que llevo aquí. Esto será sólo calderilla. – hice una pausa para hacerle a Dora una señal de que me pusiera un lingotazo.
- Puede que estéis pensando en pasar de mi y hacerle a Santiago, el maridito de Verónica y yerno del futuro señor Alcalde de no sé donde, el chantaje por vuestra cuenta. – estaba totalmente convencido de que eran así las cosas - Os voy a decir por que no es buena idea – me puse más serio – En primer lugar, por que podréis pasar de mi pero no de “Popi”. En segundo lugar, por que Santiago sabe que sois testigos incómodos y puede contratar a varios “Popis”. Yo lo conozco mejor y puedo sacarle el dinero de golpe. Si se ve pillado por varios frentes, pagará. Por supuesto que pensará en eliminarnos, pero para cuando pueda reaccionar, ya habremos puesto tierra de por medio... yo por lo menos. Así que vamos a tener una sesión de fotos con la doble de Verónica y le amenazaremos con publicarlas. – Justi, el tío que había enseñado la foto de mi supuesta exnovia, sonreía.
- Mira colega, no te rayes, que nosotros somos legales a nuestra manera. Vamos a colaborar por que queremos. Por que queremos joder a ese cabrón.
Dora interrumpe:
- Es que encima el muy rata sólo nos pagó dos mil euros por la faena. No, tío, nos fiamos de ti. De verdad, no era nada personal. Por cierto, que el Justi tiene buenas noticias. Sé que te van a gustar.
El joven se acariciaba sus musculitos de chulo de barrio y me pasó una cámara digital.
- Ves dándole, colega. Sí, no hace falta buscar a una doble. La tía esa es una ninfómana de verdad. ¡Joder!, yo creo que ya la conocen en los After-Hours de toda la ciudad. Le gusta pillar a un maromo y hacerlo de forma salvaje en el retrete. Cuanto más cutre, más le pone. – Todos rompimos a reír.
Ante mi tenía una verdadera galería fotográfica de mi adorada y virginal Verónica.
- Tíos – dije con firmeza - , tenemos que darnos prisa. Más tarde que temprano a alguien también se le ocurrirá la idea de sacarle la pasta a la familia Mesnada. ¡Vaya putón despendolado!.
Juntando las manos sellamos la hermandad. Tan seguro estaba de su fidelidad que hasta reconocí que mi “Popi” era un farol. Eso habría sido imprudente de no haber estado imbuido de aquella claridad de mente. Es probable que me ocurriera como al del chiste: Era un paranoico que creía que le perseguían , pero que además... le perseguían.

Todo fue rodado. Abordé a Santiago y mi ex-yerno, que pusieron cara de vinagre. Le enseñé las fotos y les di garantías de que me ocuparía de arreglar todo si me daban la mísera suma de quince millones de Euros.
Podía oír como si fuera mi propia voz el run-run calculador de Santiago. Mi preciado amigo era ambicioso, muy ambicioso y probablemente rencoroso. Sabía de sobras que estaba maquinando deshacerse de mi. Sin embargo, el caso del señor Mesnada era completamente distinto. Necesitaba la política y como buen hijo de burdel era miedoso: pagaría. De hecho, miraba de soslayo a su yerno y testaferro con más desconfianza que a mi.
El viejo hijo de puta tenía miedo de que Santiago hiciera alguna tontería. Como buen trapicheador y hombre de negocios, tenía a mano varios billetes premiados y auténticos de la lotería, de esos que se compran para lavar dinero negro. Fuimos en procesión a depositarlo al banco, claro. No soy un bobo que compra un recorte de cartón falso.
Cuando nos despedimos, el señor Mesnada se dirigió por última vez a mi. Incluso me dio un apretón de manos; lo cortés no quita lo valiente:
- Hijo, - me dijo – si vuelves después de esto a cruzarte en mi vida, tendremos que optar por otras soluciones ¿lo sabes, no?.
Lo que traducido quería decir que si volvía a chantajearle dejaría que la decisión de que hacer recayera en el maquiavélico Santiago. Hay que reconocer que el señor Mesnada era un mal nacido que sabía calibrar a la gente. Ni por un momento se tragó las buenas intenciones de Santiago, simplemente necesitaba un yernísimo y allí estaba él.

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EN UN VELADOR DEL PASEO MARÍTIMO VALENCIANO

- Lo demás ya lo conoces, Javier. En fin, después de repartirnos el dinero decidimos disolver la sociedad y poner tierra de por medio. Los colegas del bar y yo éramos gente sensata, al fin y al cabo. Aquí en Valencia compré unas propiedades con dinero absolutamente legal y no me ha ido mal. Sé lo que estás pensando, que hay chantaje de por medio. Yo lo llamo justicia.
Javier levanta su tercera copa de pacharán y saluda a Cosme.


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EN CASA DE JAVIER

Javier, policía y agente del CNI, hace trotar a su ordenador por diversas bases de datos confidenciales. Escucha la puerta de su casa. Debe ser Aurora, su mujer, que viene de hacer la compra.
- ¡Cariño!, ¿Estás en casa?
- ¡Sí! – le responde.
Sabe que su amigo y futuro cuñado no tiene nombre falso. Rastreando en la Seguridad Social obtiene los datos de la empresa para la que trabajaba hace doce años. Evidentemente no era del señor Mesnada, pero casi: Quesada. Poco a poco va atando los cabos sueltos.
- ¡Cariño! – le vuelve a gritar su mujer desde la cocina – Nos ha llegado la factura del taller. Tenemos que pagar la academia de Laurita. ¡Ah ¡, y acuérdate del regalo de Luís.
Javier piensa que su Aurorita está mejor callada. Cada vez que abre la boca es para señalar un agujero económico.
Siguiendo con su investigación llega a la conclusión de que no hubo testaferro alguno llamado Santiago. Sencillamente la constructora cesó en su actividad poco después de que Cosme la abandonara.
Ha conectado con los archivos policiales. Su programa compara datos y la luz verde se enciende.
- ¡Qué no se te olvide que tenemos que ir a la cena!. ¡Me he comprado ese vestido que te dije! –
Javier se levanta y sale de su despacho:
- Aurora, déjame tranquilito un rato. Ya hablaremos luego, ¿vale?.
- Si supiera Cosme que le estás investigando... Como haces con todo el mundo... ¡Con lo buen chico que es! – le responde su mujer.
Vuelve a su ocupación y se enciende el enésimo cigarro.
Es curioso que los archivos confidenciales sobre las amantes de ministros y ex-ministros , las almorranas de Fefé y toda clase de personajes públicos, están llenos de datos y en perfecto orden. Sin embargo, todo lo referente a tramas delictivas, terroristas, etc., es un puto caos. A él le da igual, es de “infantería”, o lo que es lo mismo, no es nadie en “la casa”. Casi mejor. ¡Qué país!.
¡Oh!, parece que hemos pisado mierda – piensa. Javier se siente un poco deprimido. Se han confirmado sus peores sospechas. La empresa constructora de Quesada desaparece por que en ese año ocurrió un crimen horrible en Las Rozas. El matrimonio Quesada y su hija de veintidós años fue terriblemente asesinada. Les robaron joyas por valor de cientos de millones de las antiguas pesetas.
¡Mierda de perro!. Javier llega a la conclusión de que su futuro cuñao es un pirado de cuidado. No lo puede afirmar al cien por cien, pero casi está seguro de que fue así como obtuvo el dinero. Luego lo blanquearía con lotería, claro. Vamos, que le entró la paranoia de que su novia era una zorra y luego hizo de la necesidad virtud al vengarse. Los informes dicen que los padres murieron a causa de certeros impactos de bala. De la joven hay fotos espeluznantes de la autopsia y relatos de cuchillas de afeitar, torturas.... inenarrable. Hay que hacer algo – se dice Javier.



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EN LA COSTA

- ¡Javier!, que han llamado por teléfono, ¡que viene ya!.
¡Joder!, esta tía siempre a gritos – piensa el policía. Después se dirige al frigorífico a por una botella de champán francés. Tiene en el bolsillo las llaves de su BMW y las hace sonar.
- ¡Venga Aurora!, yo ya estoy listo. Nos vamos a perder el nacimiento de nuestro sobrino.
El matrimonio abandona el chalet de doscientos metros cuadrados que tienen en la costa.

Thursday, January 11, 2007

TINIEBLAS REALES

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Era un ángel de siete años con la sonrisa iluminando la estancia. Sus padres, recostados en el sofá, disfrutaban de una velada con un invitado especial, de la realeza, mientras su hijita cantaba: "el señor Matiiiias, tiene el pelo caaaano, y lleva en las maaaanos, una oreja fríiiiia,". Todos mueven la cabeza al son de la melodía de la niña.
"La han salido cueeeenos, le ha salido raaaabo, y tiene los oooojos, de un rojo encaaarnaaado".
La abuela, despertada de su siesta, penetró en la sala y estornudó.
-¡Atchis! -
- Jesú - dijo la niña.
El padre se levantó lívido de ira y de un bofetón estampó a su hija contra la pared.
- ¡Blasfema!, ¿No te hemos enseñado educación?. Los Hijos de Lucifer no nombramos al Benigno.
- Se lo habrá escuchado a algún compañero de colegio, no seas tan duro - dijo la madre.
El padre, negando con la cabeza y mesándose los cabellos contestó:
- Se empieza por poco y para cuando queremos darnos cuenta nos hemos convertido en herejes. - mirando a su invitado en busca de aprobación.

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Tenía los ojos como dos grandes lunas. Su mirada ingenua resplandecía al sonreír. Parecía venerar cada momento del día y los acontecimientos cotidianos se presentaban a su vista como un maravilloso milagro.
En la casa de su abuelo, junto al acantilado, Clara crecía feliz a pesar de su temprana orfandad. Jugaba con los amiguitos del pueblo. Corrían junto a los arroyos y cuando las niñas se reunían a solas, emulaban la vida con sus muñecas y aquellos juegos que completaban la realidad.
No recordaba a sus padres, su primera imagen es la del abuelo dándole gachas. Entre pequeños destellos, estaban los ecos e imágenes de su tutor construyendo los muebles de su cuarto. El abuelo, el mejor ebanista de todas las aldeas del Cantábrico, derrochaba amor y atenciones para hacer feliz a su nieta
"Asesino", le gritaba la muchedumbre que se lo vino a llevar. "Mal nacido, así te atragantes con el garrote", le escupían a la cara. Los alguaciles lo arrastraban por sus brazos, sin esforzarse mucho en protegerle de los improperios e inmundicias que le arrojaban.
Como todo lo que sucede rápido, con el tiempo se convierte en un impreciso mal sueño. Se acabaría dudando de que fuera verdad, de no ser por que la realidad hace acto de presencia de forma cruel e inapelable. Para una niña de nueve años, el mundo se había vuelto inexplicable de golpe.

Aún se notaba la polvareda del furgón que se había llevado a Andrés, su abuelo; quien fue su padre y su madre. Ante sí, un matrimonio emperifollado y viva estampa de lo repipi, la observaban como quien se detiene ante un carro de fruta volcado.
- Hola Clara - le dijo el señor.
Clara estaba hipnotizada por las enormes patillas terminadas en bola y unos mostachos que sólo había visto en el forzudo del circo ambulante , que en ocasiones, se dejaba caer por la aldea.
- Soy Francisca, la hermana de tu madre. A partir de ahora vivirás con nosotros. - Lo que parecía sonrisa, le recordaba a Clara la expresión que había visto en las culebras antes de tragarse un ratón. Todo de un bocado y sin masticar.
En el viaje a Madrid, durante horas, la desconocida pareja hablaba de temas incomprensibles y distantes. Clara era un fardo más del equipaje entre seres ausentes.
La puerta del edificio que nunca sería su hogar tenía un portero con librea. Aunque el uniforme era inmaculado, su tez estaba marcada por el descuido y la ruindad que alguna vez había visto entre los habituales de las tabernas de su pueblo. Cuando se cruzaban con alguno así, su abuelo le apretaba del brazo invitándola a no mirar a la cara a esas personas. Esa misma reacción tuvo nada más entrar en el inmenso portal.
La vivienda era grande y contaba con servicio. Francisca y su marido, el procurador Don Timoteo Rivera de Quesada, volvieron a percatarse de la presencia de la niña.
- ¡Eduarda! - grito la señora.
Una sirvienta con el rostro avinagrado acudió a la llamada.
- Señora...
- Eduarda, llévate a la niña a su habitación, dale algo de cenar y que se acueste. La pobre estará cansada. - Añadiendo esto último con fingida ternura.

Su habitación era anodina e impersonal. Una camita decente, una jofaina y palangana para el aseo y una mesa de noche con un quinqué con más posibilidades de crear sórdidas sombras que de alegrar la estancia.
- Señorita Clara, debe usted descansar muy bien, mañana le espera un largo viaje hacia su colegio.
Clara no se entristeció demasiado al saber que la iban a internar en un desconocido centro educativo; ¡ como hubiera deseado volver a la escuela de su pueblo!. Desde que vio a sus nuevos tutores sabía que no albergaban el más mínimo afecto hacia ella. No podía dormir y fue en busca del retrete. Oyó a sus tíos conversar en la sala de estar. El natural curioso de los niños la obligó a escuchar. Su ingenuidad le impedía notar que su silueta se transparentaba en la cristalera de la puerta. No obstante, a sus nuevos "padres", parecía darles igual advertirlo o no.
- Le das a nuestra hija demasiados caprichos, Fernanda. Seguro que si se despierta y ve a Clara no quiere que la enviemos al colegio. - comentaba don Timoteo con el timbre solemne que acostumbraba a usar en el casino.
- Siempre te estás quejando, Timo, pero ... ¿ quién se encarga de entretener a tu madre cuando vienen a jugar a las cartas sus amigas?. Pues servidora... ¡Toda la tarde aguantando al gallinero!.

Clara perdió interés por la discusión. Tras abrir dos armarios de utensilios varios, encontró el excusado. Durmió de un tirón, los acontecimientos que habían entrado en su vida la habían despojado de sus fuerzas.
- Arriba- graznó Eduarda, cara de vinagre, abriendo de par en par las ventanas.
Le ayudó a vestirse con un uniforme de colegio que le iba estrecho y la tomó de la mano para llevársela.
- ¿Donde están los tíos? - preguntó por curiosidad.
Eduarda enarcó las cejas y la miró con desdén.
- Los señores tienen una agenda muy ocupada. Deberías besar el suelo que pisan por lo que hacen por ti... niña.

En el portal, el mezquino individuo con librea del día anterior sonreía con sus dientes picados. El coche de punto que le esperaba era negro azabache, como una diligencia mortuoria. Buenos designios si no fueran malos.

A la altura de Aranjuez tomó consciencia de su situación. Una niña huérfana, querida por nadie, camino de un colegio lleno de extraños. Por primera vez desde que viera como se llevaban a su abuelo, rompió a llorar. No dejaba de ser extraño que su dolor estuviera amortiguado con cierta sensación de distancia, como si hubieran pasado años y no menos de dos días.
Era de noche al arribar al caserón. En cualquier caso, el terreno que había dentro del recinto vallado tenía un fantasmagórico abandono. La maleza crecía por doquier con un desorden, que de no ser fruto de la naturaleza, sería pues, consecuencia de un extravagante diseño. Al abrirse los portones, el cochero que la había acompañado se fue igual que había venido; sin decir una sola palabra.
- Buenas noches, señorita - Una versión calva del portero con librea le invitaba a pasar. La bujía que sostenía daba tonos anaranjados a un recibidor sin muebles y de piedra. En un último intento de saborear el aire libre, Clara volvió la vista atrás. Por el serpenteante e inhóspito camino que llevaba a la casona, se veía una hilera de coches de punto aproximándose. Sus faroles conferían al conjunto la forma de una oruga triste y agónica.
- Por aquí.. - Le guiaba el falso ujier por corredores desangelados. Por un sólo instante y en una bifurcación, Clara vio una gran estancia, de tamaño palaciego y adornada con preciosas arañas de cristal en el techo. Estaba llena de gente elegante disfrutando de lo que pudiera ser una apacible velada. Fueron unos segundos, pues el señor calvo la impelía a seguirle.
- Su habitación señorita -
Clara notó como la habían empujado sobre un camastro destartalado. Los barrotes de su ventana no dejaban lugar a dudas, estaba en una celda.
Recordando lo que había ocurrido se percató de que se había subido al carruaje dando por supuesto que sería el que la llevaría al colegio. Estaba convencida de que la habían secuestrado.
Lo que no acababa de comprender era la razón. Todavía se hizo todo más extraño cuando se iban sucediendo los días, las semanas, y Dios sabe cuanto tiempo y nada cambiaba. Le daban dos malas comidas al día y el frío no dejaba que durmiera sin despertarse constantemente. Una mañana descubrió un brote de sangre espumosa tras un ataque de tos. Se consumía por la fiebre y estaba aterrorizada.
- Esta niña está ardiendo - comentaba una dura voz femenina.
Clara abrió los ojos y vio a una señora que rondaba la cincuentena cuchicheando con el hombre calvo.
La llevaron en volandas y le dieron un baño de agua tibia para que le bajara la fiebre.
- Es un regalo muy especial, no la podemos fastidiar. Tendrá que aguantar hasta esta noche, por lo menos.
La dejaron sola en un cuarto de baño que recordaba a un hospital; todo blanco, y tan pulcro como amenazante. Al bajarle la fiebre recuperó parte de sus fuerzas. Sólo tenía una cosa en mente, escapar de allí como fuera e intentar llegar a casa de sus tutores. No la querían, pero la pobre tampoco tenía otro lugar al que ir. Seguramente llevarían semanas buscándola al enterarse de que nunca llegó al colegio.
Sacando fuerzas de flaqueza se encaramó en la bañera y salió corriendo por el largo pasillo. Fue abriendo puertas e ignoró los gritos que se oían tras de ella. Pasó por una cocina y tropezó con un fardo que había en el suelo. Instintivamente levantó un lado del saco y pudo ver el cerúleo cuerpo sin vida de una niña no mucho mayor que ella. Vomitó lo poco que tenía en el estómago y volvió a su carrera al notar como se aproximaban sus perseguidores.
Salió a campo abierto y tal como Dios la trajo al mundo por una puerta de servicio. Cruzó zarzales y espinos trepando por la colina. Se le encogió el corazón al escuchar a los perros que se afanaban en su busca.
El sol mañanero hería su vista cuando llegó al camino. Allí estaba una carreta cargada de forraje. El conductor orinaba en el camino y no se dio cuenta de contaba con un desnudo e indefenso polizón.
Con el traqueteo, el cansancio, el inoportuno bacilo de koch que habitaba su cuerpo y el terror, se derrumbó en un pesado sueño.

Debía ser por la tarde cuando la carreta se detuvo. Tenía frío y apenas se oían ruidos. Por entre el forraje, su cerebro captó notas de reconocimiento. ¡Dios misericordioso!, estaba en Madrid, estaba en la puerta de su casa. Por un momento fugaz se solapó la idea de "esta no es tu casa, es la de tus tíos".
Saltó del carro justo cuando comenzaba a ponerse en movimiento.
- ¿Dónde vas? - le dijo el portero con librea mientras Clara se le colaba por debajo de sus piernas.
Subió las escaleras como loca. La puerta de casa de don Timoteo Rivera de Quesada estaba abierta por que Eduarda había subido al trastero. Penetró como una exhalación en la vivienda, justo para oír a su airado tío no sé qué de "... nos hemos convertido en herejes".
- ¡Vaya don Timoteo! , ¿ahora son entregas a domicilio?, pensé que tendría que recoger su regalo más allá de Aranjuez. - dijo divertido el Augusto invitado del procurador.



PD: Vale, acaba mal , pero también los sufimientos del angelito. Además, el Augusto invitado también murió de tuberculosis en 1885.

De un manuscrito apócrifo ( por si acaso ) encontrado en una casa de putas frecuentada por Notables y muy altos Notables, entre Pinto y Valdemoro.

Friday, December 29, 2006

EL CUERVO

cuervo

El señor Flint se dirige al hipódromo. En las gradas divisa a Mac Lummen, quien dicen que es el mayor experto en caballos de todo Londres. Flint se arma de valor y decide hablar con el.
- Señor Mac Lummen - le interperla.
Mirando con indiferencia el cielo parece pasar de él como del estiércol.
- Señor Mac Lummen - esta vez se mete la mano en el bolsillo, con lo que hace sonar sus chelines.
Ahora, la vista del sujeto se posa entre escéptica y divertida en Mr Flinnt.
- ¿Quiere decirme algo?
- Esto... Se comenta que es usted el más entendido de caballos de todo Londres y...
- Perdón, perdón - le interrumpe - No entiendo nada de caballos, yo entiendo de suerte. La gente paga mucho por esa información.
- Tengo veinte chelines y otros tantos para apostar.
Mac Lummen se lo piensa y asiente.
- Está bien, allí va la información del día. Tiro Largo es el caballo con más suerte de la carrera de esta tarde.

Comienza la carrera. Tiro Largo sale en primera posición. La última vuelta está a punto de terminar. En el cielo una gaviota decide suicidarse. El pajarraco le cae sobre la cabeza y Tiro Largo se desmorra a un centímetro de la meta. De entre los setos asoman los pies del jinete pataleando de forma cómica.
En la cantina, el Señor Mac Lummen está invitando a cerveza a sus amigos con el dinero de Flint. Éste está furioso y cuando lo ve se dirige hacia él maldiciendo.
- ¡Mac Lummen!, me dijiste que Tiro Largo era el caballo con más suerte hoy.
- ¿Y te dije acaso que fuera buena? - toda la parroquia rompe en carcajadas.
El señor Flint pone cara de lunático. Se acerca despacito a Mac Lummen y le pregunta susurrando:
- ¿Quien es el que tiene más suerte de esta cantina?.
- Yo, por supuesto. - Contesta Mac Lummen sin inmutarse.
El Sr Flint saca su cuchillo y se lo intenta clavar al adivino en el abdomen. Se ha equivocado y lo ha cogido por el filo. Al golpear con el mango en la tripa, se corta la mano hasta los tendones. Sale corriendo de la cantina y resbala sobre un montón de estiércol. El Sr Flint tiene mucha suerte.


Dieter Lübeck tiene las pelotas congeladas. No es broma, es de verdad. Sabe que el color debe ser entre lila y blanco. En esos momentos no puede evitar acordarse de Frank alias "el cuervo". El mote es una cosa que queda entre su imaginación y él. Ambos son de la promoción del 32. Cuando entraron el la policía urbana Frank se apresuró a formar parte del Partido. Dieter tenía la esperanza de que el payaso no llegara nunca a tomar el poder, claro que entonces todavía era estúpido y tenía esperanza en que Alemania le parara los pies. Para esas cosas , el camarada Frank siempre tuvo más vista.
Desde el comienzo, a Dieter le tocaba lidiar siempre con los asuntos más escabrosos y desagradables de la policía. Frank, en el año 35, ya trabajaba cómodamente en la Cancillería de labores administrativas. Vamos, sin dar golpe.
No fue hasta el 40 en que volvió a encontrarse con Frank. Entonces empezó a rondar por su cabeza la idea de que ese tipo era un pájaro de mal agüero, don malas noticias. Dieter acababa su ronda y se dirigía por la Applestrasse hacia su pensión.
- ¡Qué pasa Dieter! - escuchó a sus espaldas.
Allí estaba Frank, con su cazadora de cuero negro y esa sonrisa entre cínica y burlona.
- Hombre... Frank, cuanto tiempo - le contestó Dieter con cara de fastidio.
- Ya te has enterado ¿no?. - sonriendo, siempre sonriendo. O riéndose de Dieter, que nunca se sabe.
- ¿Enterarme?, ¿de qué?.
- De que disuelven vuestra unidad y os envían al frente.
- ¿Pero qué dices?. Yo soy funcionario de policía , como tú. Alguien tiene que serlo.
Frederick le hizo un gesto negativo con la cabeza.
- No, estas funciones las asumiremos nosotros. Pensaba que ya teníais la notificación.
- ¿Y porqué a mi y a ti no?. ¡Ah!, claro, tú eres del Partido.
- No tiene nada que ver - parecía burlarse.- Oye, que a lo mejor no.
Cuando llegó a la pensión, la notificación estaba sobre su cama.

La instrucción fue como una pesadilla para alguien que ya no era un chavalín. Fugazmente, estando en la frontera Rumano-Rusa en aquel verano del 41, se consolaba pensando en que no tenía riesgo de encontrarse con "el cuervo".

Ahora estamos aquí, en el invierno del 41 a 50 km de Moscú. Dieter mueve sus piernas para que la circulación vuelva a sus gónadas. Hay un traqueteo inquietante al otro lado del frente. La bateria antitanque a la que está asignado es inservible. Son varios los lisiados por haber explotado el proyectil en el cañón a causa del frio. El sargento de intendencia le ha vendido una metralleta rusa de contrabando, estas no se encasquillan a cuarenta bajo cero.
Un convoy se aproxima a su posición. Agentes de la policía militar bajan de los automóviles y van haciendo preguntas. Uno de ellos, el que parece estar al mando, le hace a Dieter un gesto con la mano. Es él, es el cuervo.
- ¿¡Qué pasa Dieter?! - Frank tiene la sonrisa más burlona que nunca.
- .... - Dieter hace un parco saludo a los galones de oficial que ahora luce el cuervo.
Frank lleva un fabuloso abrigo de cuero y botas de fieltro. La mayoría de los soldados del frente no tiene ropa de invierno; el Fürer dijo que la campaña de rusia acabaría antes de navidad.
- Pues nada, ya veo que estáis bien equipados. Ha habido quejas de que la tropa no tenía la indumentaria adecuada y nos han encargado venir para ver que todo está correcto.
- ¡¿Cómo que todo está correcto?! , si no fuera por le papel de periódico nos habríamos congelado. - responde Dieter con ira.
- Tuuu... tu siempre te quejas de todo - se señala "inconscientemente" sus galones por si acaso el pobre Dieter no se hubiera percatado. - Las ordenes son comprobar que todo está correcto y no hay más que hablar. En diez minutos terminaremos con lo que hemos venido a hacer y nos volvemos para Berlín que aquí hace un frío que se jode la perra.
Frank le da una palmadita en la espalda a Dieter y sigue con su "inspección".
Dieter no puede más. Cuando nadie está mirando se desliza debajo del Kubel en que ha venido Frank y corta con unas tenazas el conducto del líquido de frenos. Casi se ahoga con los gases del motor. Los automóviles tienen que estar en marcha para que no se congele el combustible.

Un enorme mugido de miles de vacas rompe el silencio nocturno. Son los llamados órganos de Stalin, unos cohetes con una mediocre carga explosiva pero que paralizan de miedo al que los escucha. El frente se desmorona al no haber nada con que defenderse. Los blindados no arrancan, los cañones no pueden disparar sin arriesgarse a explotar y las armas cortas no sirven de nada frente a las oleadas de tanques soviéticos recién salidas de fábrica. Muchos de los blindados ni siquiera tienen la última capa de pintura.
Miles de alemanes son capturados junto con Dieter. Después de absurdos interrogatorios es destinado a un campo de trabajo. Es de los menos duros y terroríficos de la URRS. Su labor consiste principalmente en el recauchutado de ruedas de maquinaria agrícola.
Van pasando los años y Dieter se ha acostumbrado a la rutina. Un día, camino de la letrina escucha una voz.
- Pues sí, camarada Rutskoi , hace seis años mi vehículo se salió de la carretera y fui capturado. Tuve suerte, el resto del convoy fue reventado por cañones de 120mm. En fin, como yo en el fondo siempre he sido socialista, me indultaron a los seis meses y... Ya me ves, gracias a tu recomendación, ahora soy el coronel a cargo del campo.
Rutskoi no sabe que cara poner. Él es el coronel a cargo del campo. Frank parece comprender lo que piensa.
- No te preocupes, camarada, creo que te han destinado a siberia oriental, ya verás como te gusta. - Le dedica su encantadora sonrisa.
Rutskoi no sabe que decir. Fue idea suya que indultaran a Frank, le caía bien. Ahora el cabrón le ha pisado el puesto y le envían a miles de kilómetros de Gorki y su familia.
Sus ojos se dirigen a la letrina. Allí se cruzan con los de un prisionero que parece que vocaliza mientras aprieta los puños con fuerza: "mata, mata, mata...".
Algo en su cabeza le dice que el penado tiene razón. Es el gramo de locura que le falta a su desesperación. Frank está de espaldas y no oye el disparo de nagán que le atraviesa el corazón. Cuando Frank cae al suelo sin vida, docenas de cuervos se posan a su alrededor. Inexplicablemente no picotean el cadaver, parece un cortejo fúnebre que ha venido a rendirle homenaje.
El vínculo de silencio entre Dieter y Rutskoi nunca fue roto. Desde entonces no le faltaron artículos de primera necesidad como embutido y tabaco. El coronel y jefe del campo hizo lo posible para que Dieter fuera repatriado en cuanto murió Stalin.
Al volver a Berlín montó una tienda con artículos de caza. Dieter vivió feliz hasta su muerte en un asilo. Las hermanas que llevaban la institución se extrañaban de que una película pudiera impresionar tanto a nadie. Habían alquilado el DVD de "El Cuervo" y el pobre Dieter no paraba de gritar "va a volver, va a volver", antes de morir.
La suerte la perdió Frank en aquel campo de Gorki, pero los que nacieron para dar por saco no pueden resistirse a hacerlo incluso muertos, para desgracia de Dieter.

Moraleja: "Si ves un cuervo, no dejes que te ronde, retuércele el pescuezo al primer picotazo y echa sus cenizas al pozo más profundo antes de cegarlo para siempre".

Monday, October 30, 2006

ENCUENTRO

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El señor Robles es consejero de uno de los bancos más importantes del país. Su información privilegiada le ha reportado enormes beneficios en la bolsa. Van más de siete crisis autoinducidas para hacer caer los valores y comprar a precio de saldo.
Su negociado es el soborno político. El banco ha financiado a todo el espectro parlamentario y por ello pueden medrar como promotores en todas las empresas del sector público; desde viviendas y polideportivos a carreteras, etc.
El señor Robles no es religioso, pero como nos ocurre a muchos descreídos, el instinto de supervivencia le hace lindar con la superstición. En su caso las cosas iban volviéndose cada vez más extremas. Con el tiempo estaba llegando al convencimiento de que sus competidores contaban con ayudas de lo oculto y arcanos poderes.
Todo empezó como pasatiempo y divertimento. Con discreción fue acumulando información sobre congregaciones que fueran afines al satanismo. Un día le dijo a su secretario de confianza que quería contactar con el grupo “discípulos luciferinos”. El secretario se quedó pensativo hasta que finalmente le confesó que era miembro de tan selecta congregación. Lleno de entusiasmo, el secretario le pidió que confiara en él. Había concertado el encuentro para el próximo domingo.
El señor Robles se vistió con un sobrio pero elegante traje de seda negra. El lugar de reunión era un sector abandonado del parking del Ministerio de Fomento. Al llegar vio a mucha gente vestida como él. Se dirigió hacia ellos cuando se interpuso en su camino el secretario.
- ¡Señor Robles!, usted tiene que venir por aquí. – le indicó el camino con lo que parecía una excesiva reverencia.
Le acompañó pensando que tal vez tuviera que someterse a un rito iniciático, claro. Saliendo por un lateral se encontró con un atril y un micro. Los congregados parecían mirar hacia lo alto y entonaban letanías: “Señor, gracias por dignarte a confortar a tus siervos”. Una de las cosas que nunca le ha gustado al señor Robles es desentonar en las reuniones sociales. Tiene un instinto innato para todo tipo de protocolos y estaba dispuesto a imitar a los fieles repitiendo su frase.
Justo cuando iba a comenzar, se fijó en que conocía a la mayoría de los allí presentes: la mayor parte eran concejales de urbanismo de todos los espectros políticos, de derechas e izquierdas, pasando por los filoterroristas; juntos en perfecta comunión. Otra cosa que le llamó la atención es que no estaban mirando al cielo como había creído en un principio, le estaban mirando a él. Entonces lo comprendió todo. Su prurito parareligioso le había llevado a encontrarse consigo mismo.
-“Hijos míos – comenzó – en respuesta a vuestras plegarias he venido a bendeciros y daros calor. Es justo que el sacramento que tantas veces hemos realizado por separado podamos llevarlo a cabo en comunidad”.
La sala le dirigió una expresión de absoluta devoción. Todos los fieles habían traído sus misales con sus contratas y proyectos de construcción. Maniatado y sobre un altar estaba un anónimo contribuyente. Uno de los concejales más antiguos le dio un corte en el cuello, haciendo brotar la sangre con la que se habrían de firmar los contratos en la eucaristía.

Friday, October 06, 2006

NASTARAFU

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Huérfano de padre a los cinco años, nunca tuvo del todo claro que es lo que le ocurrió a su progenitor.
Emeterio tenía la sensación de que su madre era una bruja y sospechaba que cuando iba al pueblo a chiquillear con los otros niños, aprovechaba para reunirse con otras y hacer conjuros.
- ¡Emeterio! – le grita Teodoro al verlo llegar - ¿es verdad que tu madre es una puta?.
Todos los chavales se carcajean. Se supone que tiene que enfadarse, por lo de la honra y todo eso. Con desgana coge un pedrusco y se lo lanza a Teodoro sin apuntar.
En pocos segundos se forma un gran revuelo. Todos están alrededor del muchacho. La pedrada le ha reventado un ojo y está en el suelo inconsciente junto a un gran charco de sangre.
¡Vaya por Dios! – piensa Emeterio.
Aparece el cura y el boticario. ¿Dónde coño estaban escondidos?. La plaza del pueblo ha congregado a todos. Aparte, en un rincón y como muestra de culpa, Emeterio se sienta en un banco; el que está junto al nogal podrido.
- ¡Hay que llevarlo a la ciudad! – grita el boticario.
El padre del desgraciado da gritos de fingido dolor – la pedrada no le ha dado a él – y amenaza de muerte a Emeterio. El cura le convence de que no empeore las cosas, ya se encargará de hablar con las autoridades. El párroco ha trazado un plan que incluye la reclusión de Emeterio en un correccional.


Higinia llega sin aliento al Ayuntamiento. Su hijo se encuentra entre dos alguaciles y el cura le dice algo en tono severo.
- ¿Qué es eso de que vais a encerrar a mi hijo? –les desafía.
- Mire doña Higinia, su hijo es díscolo y desobediente. A ustedes no les vemos por la Iglesia ni en las fiestas grandes. Es por el bien del muchacho. En la institución que yo conozco lo pondrán firme. – el cura está seguro de lo que dice.
- Si se llevan a mi hijo juro que os voy a maldecir a todos. Este pueblo se sumirá en el infierno.
- Tal vez deberíamos internar también a la madre – le dice en voz baja el Alcalde al boticario mientras se toca con el índice la sien.
- ¡No blasfeme! – se irrita el cura - ¿Así nos agradece las ayudas que le damos por su viudez?
- ¿Qué ayudas?. A mi se me paga por mis costuras y bordados.
- Si sigue dando problemas nos encargaremos de que nadie le haga encargos. En cualquier caso, dudo que haya quien requiera sus servicios a partir de ahora. – tercia el Alcalde.


La diligencia que tiene que llevarse a Emeterio parece que se retrasa. Las fuerzas vivas están esperando al sol junto al cruce. La madre está allí con la mirada desafiante.
- No te preocupes Emeterio que nadie se te va a llevar a ningún sitio.
Por el camino llega Olegario, un labrador duro de mollera y con voz de caballo.
- ¡Qué san matao!, la carreta en que llevaban al Teodoro al hospital sa chocao con la diligencia y se han caido por el barranco.
Las caras son de alarma y circunstancias.
El Alcalde da orden de retengan al chico y se va con la mayoría del pueblo al lugar del accidente.
Los alguaciles están nerviosos. No les gusta la idea de quedarse a solas con el chaval y su madre. Para postre empieza a anochecer. Higinia se ríe terroríficamente y a uno de los guardias le da un ataque de tos.
- ¡San Blas, San Blas! – le dice el compañero con dos palmadas a la espalda.
La tos no cede. Parece que se va ahogar. Comienza a vomitar sangre y en pocos segundos se queda inerte en el suelo. El otro se desmaya del susto y comienza a tronar.
Una riada gigantesca sorprende a aquellos que han ido en auxilio de la diligencia. Sólo el cura sobrevive, al resto se los lleva el agua.
En la aldea todo el mundo tiene las ventanas cerradas. El Alcalde, el boticario y el maestro se han perdido en el barranco y el cura se esconde en la iglesia cerrando todas las puertas a cal y canto.
Emeterio mira a su madre entre asustado y sorprendido. Van recorriendo las calles pero nadie se asoma, están cagados de miedo.
Higinia entra en casa del Alcalde. Sólo está su mujer y su suegra.
- ¡Malditos!. ¡Belcebú viene a por vosotros! – grita Higinia para asegurarse de que no los molesten. Se gira a su hijo y le dice en voz baja:
- Yo voy a seguir con el teatro. Rebusca en el cuarto de la Alcaldesa y coge todo lo que haya de valor.
- ¡La sangre negra de Satanás se verterá sobre este pueblo!


Vagan por los caminos. El pueblo queda a más de quince kilómetros y tienen que descansar.
- Mamá, no sabía que tenías poderes.
- Hijo, yo sólo tengo una sierra y una hinchazón de gónadas por el puñetero pueblo. Todos murmurando. No se puede vivir tranquilamente. Dentro de cada persona hay un gran inquisidor que lo quiere saber todo de los demás.
- ¡Pero te he visto!, eres bruja... Es fantástico, tienes que enseñarme.
- Hijo, en cuanto me enteré de que el cura tenía planes para ti, serré los radios de las ruedas de la carreta en la que iban a llevar al mal nacido de Teodoro. Estoy orgullosa de mi Emeterio. No permitas que nadie llame puta a tu madre.
- ¿Y los alguaciles?.
- Aprensión. Al enviudar, cuando murió tu maldi... , bueno, tu padre, fui rodeándome de un halo de misterio y extravagancia para que me dejaran en paz. – Higinia se queda pensativa y mira los ojos sorprendidos de Emeterio. Prosigue.
- Mira, en nuestra aldea siempre son los demás los que planifican tu vida por ti. Incluso el matrimonio. No estaba dispuesta a que volvieran a meterse en mis asuntos. ¡En el fondo es lo que mejor nos ha podido pasar! – suspira.
Amanece y refresca. Hay que marchar.
Evitan las rutas transitadas. Aún así, se cruzan con una pareja montada de la recién creada Guardia Civil, acompañada de perros.
- Oye – le susurra a su compañero - , coinciden con la descripción.
- ¡Alto! – grita el sargento picando espuelas.
Higinia levanta los brazos y grita de forma demoníaca.
- ¡Hiiiiiiiiiiiiioooooooooooooooo!, ¡Nastarafú, Decapael, Sazán!.
Los ojos desorbitados de los guardias coinciden con el encabritamiento de las bestias. Los perros huyen despavoridos y la pareja hace lo propio tras sus panificadas monturas.
- Cría fama... – le dice a su hijo guiñándole un ojo.
- Sí, - piensa Emeterio - , pero las bestias no entienden de aprensiones.

Aprovechando en un descanso que su madre se ha ido a resolver sus necesidades fisiológicas con la naturaleza, Emeterio quiere saber si ha heredado las facultades que cree que posee Higinia. En el tronco en que está sentado hay una rana verdigris a la espera de moscas. Emeterio se coloca frente a ella y levanta sus brazos.
- ¡Nastarafú, Decapael, Sazán!.
Nada, el batracio sigue como si tal cosa.
Su madre vuelve de la espesura y se sienta junto a él en el tronco.
- Tendremos que cambiar de aspecto e ir lo más lejos posible para empezar de nuevo, hijo – le palmea la espalda.
Deciden levantar el campamento para seguir su camino. Se escucha un ruido sordo. Nadie se percata de que un anfibio con la textura del mármol ha chocado contra una roca del suelo al deslizarse del tronco.

Thursday, September 07, 2006

SOL PONIENTE

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La niña está harta del mundo. La niña es pequeña pero entiende que todo es una puta mierda. Mira con determinación el tubo de plástico al que le ha incrustado una cuchilla en su interior; antes de colocarlo en su vagina.




- ¿Cómo que se ha olvidado el maletín, Martínez? – el viejo le mira con media sonrisa.
- No se como me ha podido ocurrir. Iba un poco mal de tiempo y...
El viejo se levanta y mientras pasea por la sala de juntas no deja de mirar burlonamente a Matías. De pronto, da un golpe sobre la mesa y empieza a hacer teatro.
- Señorita Lahuerta, ¿usted se ha olvidado sus papeles? – el viejo responde por ella - ¡No!, claro que no.
Hace un gesto de gozosa reprobación y añade con retintín:
- Señor Martínez, don Matías... Es usted mayor para dar excusas de colegial. Nadie de aquí se ha olvidado de sus obligaciones, Mar-tí-nez. –
Gira su cabeza hacia la gran pantalla que preside la reunión y prosigue simulando sorpresa:
- ¡Oh!, el señor Sakamura ya está entre nosotros. ¡Buenos días señor Sakamura!. Verá... El señor Martínez tiene que decirle algo sobre el plan de futuros y adquisiciones de nuestra empresa. Con suma amabilidad – dice mirando con boca de lobo a Matías - , nuestro ejecutivo más prometedor le explicará nuestros planes...
El viejo da un cómico bote y una palmada.
- ¡Ah!, se me olvidaba. ¡Ohhh!, señor Sakamura, el señor Martínez se ha dejado los papeles en casa.
Matías tiene el color de la cera, mientras que Oami Sakamura le mira impertérrito desde la pantalla.
Matías carraspea y empieza a hablar:
- Señor Sakamura, a grandes rasgos, las inversiones conjuntas que nuestra empresas pueden realizar...
Oami Sakamura levanta la mano con el imperativo significado de que se calle.
- Señor Martínez, “a grandes rasgos”, habíamos quedado para hablar de... los detalles. Hoy es mi aniversario de boda y ya ve, aquí estoy vía teleconferencia, tal y como habíamos acordado. Como máximo responsable de Saka&Wheel Company, entiendo que el acuerdo no les interesa. Disculpen las molestias.
Tras una breve inclinación de cabeza, la pantalla se vuelve negra.
El viejo hace un pucherito con la boca como quien dice “vaya cosas que pasan”.
- Señor Martínez, nuestra empresa acaba de perder “a grandes rasgos” unos mil millones de dólares. ¿Qué vamos a hacer ahora?. ¿Qué hacemos con su trabajo, su casa de la empresa, su coche de la empresa y su visa oro de la empresa?. Matías , ¿qué hacemos?.



- ¡Cari...!, cari, ¿estás en casa?. – Adela llega sonriente de su jornada como asistenta en casa de los Martínez.
- Estoy aquí, mi amor – Oswaldo se repantinga en el sofá viendo el voley playa femenino.
- ¿A qué no sabes lo que traigo? –
- ¿El qué, mi amor? – no le quita ojo al televisor y eructa, le da un trago a la cerveza y vuelve a eructar.
Adela piensa “este gilipollas no se me merece, pero es tan tierno”.
- Ya sabes que me acusas de chismosa, pero está vez puede que nos solucione los apuros de dineros, Oswaldito.
- “Ya sabes que me acusas de pesimista” – le imita la voz - , pero si la mierda fuera oro, los pobres no tendríamos culo, Adelita.
- ¡Eres bobo!.
- ¿Y ese maletín?. Adelita, Adelita, ¿no habremos vuelto a las andadas?. No quiero problemas con la policía.
- Calla y escucha. Cuando Matías no está en la casa, su mujer se pasa horas al teléfono. Yo me aburro mucho, total , esa gente tiene el culo tan estirado que casi ni manchan...
- Al grano Adela, al grano que va a empezar Gran Hermano.
- Bueeno. Pues eso, que es entretenido escuchar las conversaciones por el supletorio.
- ¿El maletín está lleno de dinero?, ¿qué tiene?.
Adela se queda contrariada por la interrupción.
- No lo se, no lo he abierto. Por lo que escuché, papeles importantes...
Oswaldo se ríe de forma seca
- ¡Ja!, papeles, vamos bajando el listón.
- ¿Me dejas terminar, pendejo? – le mira con seriedad.
- A lo que iba. Oí como la señora se confabulaba con el jefe de Matías para hacerle una jugada. Al parecer son amantes desde hace tiempo, y el gili del marido, que lo es, estorba.
- ¿Y en qué consistía la jugada?- Oswaldo está más interesado.
- Está mañana tenía una reunión importante con un tal “Yakamoto”, y Matías debía personarse con unos documentos importantes. Su mujer había acordado con el jefe de Matías quitarle el maletín antes de que se fuera. – Adela saca una cinta de video de su bolso – Matías siempre mete el maletín en el asiento trasero del coche. Cuando estaba listo para irse, su mujer sale corriendo y le recuerda no se qué de que tiene que llevar a devolver el ordenador a la tienda al salir del trabajo. Matías pone pegas, pero no muchas. El caso es que entra en la casa a empaquetar la máquina y su mujer aprovecha para sacar el maletín y ponerlo, supongo que de forma provisional, - se sonríe – en el contenedor de basura que tienen junto al garaje. Cuando vuelve el bobo cargado con el cachivache, le lía de tal modo, con el que si ya vas tarde, corre y tal... , que mete el trasto de cualquier modo en el asiento de delante y se va.
- Sí, si yo te sigo pero no acabo de...
- Pues que está todo grabado con las cámaras de seguridad de la finca. Y esto es la cinta, y esto es el maletín. ¿Entiendes?. Podemos demostrar la conspiración. Al Presidente de la compañía no le gustará la jugada del jefe de Matías, que les ha costado muchísimo dinero, y todo para calzarse a la señora. El jefe se irá a la calle, a Matías le ascenderán y para ello... Para que Matías se pueda desquitar tendrá que pagarnos una buena suma.
- ¿Y cómo lo hacemos? – pregunta confuso Oswaldo.
Adela suspira y saca una pequeña agenda.
- Este es el número móvil de Martínez. Le llamamos por teléfono... antes de que se suicide –añade - y le explicamos nuestras condiciones.
- Ya... – dice Oswaldo – Pero primero deberíamos ver lo que hay en el maletín ¿no?.
- ¿Y que narices te importa?. Son papeles de la empresa. Por teléfono el Jefe le dijo a la mujer de Matías que eran importantes y que pusiera el maletín a buen recaudo en cuanto se marchara su marido. Evidentemente me adelanté yo. – pone cara picarona.
Oswaldo juega con la combinación de cuatro dígitos que tiene el maletín. Cuando Adela le va a decir que se deje de tonterías, que al fin y al cabo eso es lo de menos, se escucha el “click”.
- ¡Je! – grita Oswaldo -, lo sabía, es tan gili como dices. Uno, dos, tres, cuatro.
Adela se lo quita de las manos y lo abre. Revuelve los folios y se le cae el alma a los pies.
- ¿Que ocurre? –
- Son hojas en blanco – responde con abatimiento.
- ¿Cómo que en blanco? – recupera el maletín - Mira, aquí hay uno escrito: “Al corro de la patata, comeremos ensalada, como comen los señores, alupé, alupé, sentadita me quedé “.
- El señorito estaba como una cabra, no les hubiera hecho falta a esos dos huevones de su jefe y su mujer montar el circo. Don Matías les habría dado el espectáculo igualmente en la reunión. – Adela rompe a llorar. Para postre, ni siquiera podrá volver a trabajar para la señora después de haber “robado” el maletín.
Oswaldo cambia de canal y durante unos minutos no dice nada. Al rato ya no se puede aguantar y levanta el dedo índice:
- No tendríamos culo. – sentencia.


En el jacuzzi del hotel Palace´s Mo de Bankog, el orondo Oami Sakamura le da instrucciones a su secretario.
- Cuando llegue el señor Martínez con los documentos te encargas de llevarlos a mi caja fuerte. Lo mas sustancioso son los números de cuentas de dinero B, esa empresa no podrá denunciarlo. A los demás datos también les sacaremos partido. – expele un círculo perfecto con el humo de su habano.
El secretario asiente con la cabeza.
- Ya sabes que tienes que ser discreto. Las cosas simples son las que funcionan bien. Hay que hacerle saber a Matías que estamos muy contentos con como han ido las cosas, incluso para halagar su vanidad, es conveniente que resaltes su magnífica actuación por videoconferencia... Pero ya sabes, Oami no paga a traidores, cuando lo dejes en el hotel, limítate a falsificarle con bolígrafo el pasaporte, como le hicimos al otro imbécil por lo que tu y yo sabemos. No tardes en darle el soplo a la policía. – se sacude las palmas de las manos - . ¡Y asunto terminado!. Ya le puedes decir a las niñas que pasen – enarca las cejas.
La más pequeña tiene una mirada viciosa que hace que Oami se relama. Cuando se le monta a horcajadas, el rictus de placer de Sakamura se queda petrificado.